Ajawab'äl che' ri Ulew Tz'ukuj

¿Quiénes son los viejos Dioses? En un periodo de nuestra historia, en la antigua Europa cuando Flavio Constantino apenas era un niño y la Cristiandad, era perseguida aún por los romanos, en las tierras de Europa del Este, existieron pequeños grupos de hombres y mujeres campesinos. Su vida estaba dedicada a la agricultura, el cultivo, el trabajo artesano y la herrería. Muy lejos de la influencia de los poderosos dioses griegos y romanos, de Zeus, de Jupiter, de Hares y Marte, hubo pequeños pueblos que en la necesidad de comprender un poco mejor las fuerzas de la naturaleza que los rodeaban, comenzaron a crear sus propios dioses, a su imagen y semejanza. No los dioses magnánimos, rodeados de riquezas y embrutecidos por la avaricia y el orgullo. Sino Dioses que ligaban su existencia y su poder con la propia naturaleza: Dioses de agua que traían abundancia para el hombre; Dioses del sol que proveían la luz y la energía necesaria para crear la vida; Dioses de los árboles, de los animales, de la luna, de las estrellas. Para rezarles era necesario crear altares en sus nombres, y para complacerlos, era vital seguir sus leyes. Leyes justas y sensatas, encaminadas a completar la vida humilde de los seres humanos. Sus nombres eran variados, y sus rostros cambiantes, por lo que se podía descubrir a dos pueblos adorando diferentes figuras y nombres, pero siendo el mismo Dios o Diosa. Cuando Constantino llegó al clímax de su vida, y la Cristiandad comenzó a adquirir más y más fuerza, estas religiones se perdieron, al igual que sus ritos y sus plegarias. Pero parte de su identidad perduró, por generaciones hasta llegar a la actualidad. Mi trabajo, como heredero de estas enseñanzas, es propagar las viejas enseñanzas a través de lo que se ha llamado "El libro marrón". No es mi deber convencer a las personas a expensas de sus propias creencias, pero sí despertar en ellas la curiosidad; y, con mucha suerte, sembrar en ellas el amor y la convicción por los viejos Dioses.